Un día despertás y parece que nada está su sitio. O sí, pero el ritmo de las cosas se ha modificado por una extraña razón. Te levantás descalza, entrás al baño y mientras orinas medio dormida, como una niña, comenzás a oir los sonidos de la calle: decenas de gorriones, doña Emilia baldeando como siempre la vereda y el 168 clavando freno en la esquina...
Después de lavarte los dientes y llenarte de agua el rostro podés contemplar la mirada que amanece en el espejo. Algo ha cambiado. El anuncio es tan certero que intentás no pensar, al menos hasta el segundo mate. Te cepillás el pelo...demasiado largo, debería cortarlo un poco, rebajado quizás, algo más de tu edad...
Salís a la calle. No pudiste acabar con el primero de los mates premonitorios pero la sensación extraña se ha diluído. Pensás para tus adentros que estás descansando mal. Mucho trabajo. Mucho problema con el tironeo cotidiano. Necesito salir de la ciudad. Escabullirme en vos un rato hasta que la carcajada me arranque de tus brazos y me lleve al río. Cómo me gusta nadar en el río...sola...con ese fluir amarronado a través de mi cuerpo...atravesando la tierra mientras yo dejo que me acaricie como a otro mineral...
El local está allí aunque cada mañana desees que en realidad, todos esos años, hayan sido evidencia de que existe una dimensión paralela...y que se han confundido por un tiempo, una y otra, hasta hoy, que encotrarás en esa esquina una puerta hacia un centro cultural de barrio o un teatro comunal lleno de nenes...pero no. Allí está el mismo negocio, mirándote provocativo a través de los ojos de tu jefe macabro. Un jefe que te dice "pichona" y durante el día no deja que te sientes más de cinco minutos en horario de trabajo porque "hay demasiado quehacer". Vampiro, pensás. Hola, jefe. Odia que le digas jefe. Jefe Jefe Jefe Jefe Jefe Jefe. Que le den.
El día transcurre con olores demasiado intensos. Un rayo de sol en la vidriera, del lado de adentro, es la gloria. Allí hacés trampa y simulás rehacer los objetos expuestos para poder sentarte y jugar al maniquí. De cara al sol. Sentada en el suelo con las piernas enrolladas. Y la sonrisa, claro.
Un golpe en el vidrio te saca de la película y entonces el paseaperros te dice que quiere comprarte, que sos hermosa. Le dejás un beso en el vidrio y le señalás el cielo. Es lindo, él. Pero con demasiados perros.
Por la tarde te sentís de lo peor. Llorás a escondidas. Mirás a tu jefe. Le decís que te tiene harta y que se meta el trabajo de mierda en el culo. Que se ahorre la plata de tu sueldo y atienda él, que barra él, que cobre él, que limpie los vidrios, que no se siente en ocho horas, que arregle la vereda y las plantas y que atienda a todos los conchetos con una sonrisa y, encima, les ofreza algo más de yapa...a fin de mes hay premio al mejor vendedor. Son tres en total que compiten por lo que cubrirá el gasto del bondi durante una semana.
Chau, vampiro. Suerte.
Organizás en tu cabeza la carta documento de mañana, demandarás, seguro. Caminás tranquila, encendés un pucho, lo tirás de toque, el sol todavía está ahí, acariciándote el alma. Inti, que lindo nombre para el sol. Te sentás en un escaloncito y le ofrendás tu vos, toda . Él, agradece haciendote sonrojar.
Viejo lindo, solcito. Te agarrás la panza. Suspirás. Latís. Te entregás. Y gestás.
Se abrió la puerta de la dimensión paralela y por la noche dormiste sin despertador.
Esto creo haberlo leido, hace algunos años atras, en tus gestos y en tus ojos. Te quiero!
ResponderEliminarNegro...te encontré por aquellos años y te traje conmigo. Te quiero, también.
ResponderEliminarque linda que sos! tengo la piel de pollo!!
ResponderEliminarNi imaginarias cuanto me conmueve tu relato; aquellos dias resuenan desde el recuerdo y nos marcan lo aprendido..
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