RENACER

El frío tajeaba mi piel y el corazón quería salirse de mi pecho.
Exhalacíón prufunda. Luz cegadora. Sonidos aturdiendo los pocos pensamientos que, difusos,  asomaban.
Grité con furia, sin poder controlar el temblor que me invadía. El dolor fue insoportable.

Poco a poco, un calor nuevo me envolvió. El ritmo de otro latido acompasaba el mío.
La boca respondió al estímulo de su pezón. Paz infinita. Placer de los dioses. Rebalsaba en mi boca el nectar que sería la única meta en los siguientes meses. Necesidad suprema: succionar. Beber a mi madre.

El mundo comenzó a tener formas, sentires, riesgos. Fui un niño sano. Y la adolescencia concluyó precoz: herrero por herenecia

Amé a una mujer que a su vez me amó. Criamos juntos tres hijos varones que crecieron rápido, como el pueblo.

Tengo cuarenta y cinco. Los chicos siguen estudiando. Elena sigue sonriendo. Y sin más que la felicidad de nuestros hijos como meta, hace tiempo que nos movemos por inercia.

Hoy es un día especial. El día de mi muerte. Lo sé porque así funciona desde hace siglos. Ella se aparece tras este instante de máxima consciencia. Se viste con el cuerpo de alguien que amo. Y entonces esta angustia .
Cómo será esta vez?
Ella entra al taller y me sonríe.
Te estaba esperando- le digo mientras bajo la mirada -si serás cínica y poco original- alcanzo a susurrar.
Aprieto los dientes y los puños. Mis ojos se llenan de lágrimas. La garganta se anuda.

Persibo el golpe. No duele. Un calor intenso y luego un escalofríos. Voy cayendo. Luz cegadora. Los sonidos aturden mis sentidos. Mi grito abandona el cuerpo. Lloro.

Texto a partir de un trabajo experimental realizado en el taller literario "La palabra mecánica" dictado por Marcela Sabattiello y Santiago Ambao.

foto: Man Ray