Formentera

Llegamos divertidos y jugando a ser protagonistas de alguna historia contada. Él reía de mi vértigo y  señalaba lagartijas para distraerme de la inmensidad. Yo lo sabía,  tras su risa se escondía cierto temor a  que la tentación me lleve a sobrevolar aquel abrumador y hermoso paisaje. ¿Quién no se tentaría ante semejante milagro? Mis besos lo distraían y finalmente se relajó.

Cuando encontramos el agujero, descendimos y con un silencio muy serio caminé como  pude hasta la apertura de piedras que enmarcaba el cuadro natural. La Mar era cielo y el aire arremolinado me humedecía entera. Humedad de sal en el pelo, en el ojo, en la lengua. Cuando me volví lo encontré  sentado con mucha paz bajo el as de luz. Lo contemplé. Sonreí. Me senté a contar sus respiraciones.



Cuánta magia puede desprender la  Tierra con sus curvas. Nos creímos dentro de un cuento y en él mi amor se expandió.
 Guardo por siempre la postal. Los juegos conducen a maravillas sagradas. Y las islas abrazan. 



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