ÁNGEL ROGELIO MALDONADO



  Cuando llegó al pueblo  "Perpetuo" tenía la cara  impávida, barba de cuatro días, el cuerpo revestido con ropas harapientas y las alas enrolladas por debajo de la chaqueta. 

   En su transcurrir por la Tierra había realizado diversas actividades entre las que se puede mencionar como constantes  que trabajó, estudió ciencias espirituales, estiró las alas a diario y limpió las mismas de piojos y polvo con meticulosa cautela.

  He aquí que mientras el reloj avanzaba a través del mundo él siempre se encontraba igual: trabajando, estudiando, estirando y limpiando las alas diariamente. Así, meses, años, décadas! Hasta que llegaron los años cincuenta, tiempos en los que Rogelio Maldonado  se preguntó seriamente ¿qué Dios? ¿para qué? y ¿hasta cuándo?. 
   Fue entonces cuando fundó el   "Sacrificio"; una tienda de velas, amuletos, fórmulas de alquimia y productos esotéricos para el caballero pero muy especialmente para la dama.

   Ellas llegaban a menudo a su negocio en búsqueda del gran secreto que mantenía la piel de Rogelio tersa y su energía a flor de piel. Ese aparente "stop" del tiempo en su cuerpo que provocaba el murmullo entre las calles de Perpetuo y, por supuesto, algún que otro suspirito enamorado. Ramona siempre le compraba una velita. Era clienta fiel y, claro, suspiraba.

   Rogelio sentía necesidades como cualquier hombre: tenía buen apetito, dormía por lo menos siete horas, sufría el calor con bajones de presión que lo tiraban al suelo y jugaba a las bochas en los torneos anuales de varios pueblos. También tenía erecciones matutinas, miraba culos de reojo y terminaba masturbándose como un crío acobachado bajo las sábanas, con la culpa comiéndoselo por dentro.
    Pero he aquí que dicha jovialidad, o mejor dicho, aquella "jovial dicha sexual" lo angustiaba terriblemente. 

     Tras haber estudiado religiones por arriba y por abajo en busca de “aquel” que tuvo que haberlo parido, llegaba a la conclusión de que su Dios era el de los tantos pecados. Ése que condenaba las caídas en  trampas que Él mismo se encargaba de elaborar. 

¡Justo el Dios tramposo!, le tocó. El que le puso alas y lo mandó a la tierra repleta de humanos que muelen a palos, queman o incluso ¡fumigan! a los  que les estorban la comprensión. "Vaya prueba de padre exigente",  pensó Rogelio.
 

  Pero resulta, que un buen día se iluminó. Y entrelazando las palabras que tan bien había estudiado en los libros de religión, tratados de esoterismo, brujería e incluso, chamanismo, dió por sentado que tenía que transmitir un mensaje divino y que el medio era a través del amor.

       Fue así como un mediodía que Ramona, la mujer del carnicero, se demoró de más en elegir el color de la vela para prenderle a San Antonio, se hizo la hora de bajar la persiana y  anunciar la siesta sagrada.

      Ramona tenía un aire cansado que a Rogelio le provocaba una infinita gratitud en nombre de la humanidad.
       Le decía “Ramona, usted es una trabajadora, es una mujer buena, tiene mucho amor para dar”. Y Ramona le regalaba sonrisas al ojito bailarín de Rogelio. Una vez le había pedido consejo para que su marido la satisfaga de una buena vez. Le decía esto y lo miraba de refilón (lo provocaba, sí, siempre lo provocaba). Y ese mediodía, cuando se hicieron la una, Rogelio le dijo… Ramoncita, tengo que bajar la persiana….si, dijo, ella…bajala, nomás….
Y fue así como Rogelio bajó la persiana y le dijo a Ramona de su mensaje de amor. Le contó de sus alas. Se desnudó y ella se desmayó un rato del susto. Pero he aquí, que vuelta en vida , Ramona le acariciaba las alas a Rogelio mientras él temblaba de placer. 

Rogelio desnudo, delgado, pálido, anémico, erecto, con las alas tímidas, se sentía en el cielo. Y fue entonces cuando Ramona se levantó la pollera y metió la mano de él entre sus piernas para aliviar, de esta forma, su humedad hirviente. Rogelio la tocó, se lamió, y la abrazó con sus alas para que ella se sacudiera el deseo sobre él y fué éste, el principio del fin.

   Rogelio le hablaba a Ramona en el oído y Ramona lloraba entre orgasmos y bendiciones por la existencia de los pecados. Rogelio comprendió que su cielo estaba entre las piernas de mujeres y así anduvo recorriendo cielos húmedos a lo largo y  ancho del pueblo Perpetuo. Pueblo que después de un tiempo lo condenó al destierro junto con un centenar de hijos alados revoloteándole alrededor.


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