Azul profundo



Él vio un abismo entre mis piernas. Dijo que cuando metió su cabeza allí pudo notar el torbellino de apariencia infinita del que hablaban los Celtas y que, efectivamente, era de color muy azul.

Sus historias tras navegar dentro de mi océano eran una adicción. Él temblaba entre relatos de voz entrecortada y con el deseo derramándose de sus ojos.
El escenario en el que nos encontrábamos era sumamente embriagador. Músicas de ensueño, aromas de incienso y vid. Allí nos deleitábamos con las incontables veces que metió casi medio cuerpo dentro mío transformando nuestro placer en algo sobrenatural y  desbordado de visiones. Aún agitados tomábamos  té mientras intentábamos comprender la experiencia vivida. Nuestro sexo cobró una dimensión cuasi mística: un portal.
No transcurrió mucho tiempo hasta notar que  algo tóxico se generaba en nuestros cuerpos ante el eclipse. Poco a poco perdimos la noción del tiempo y el olor putrefacto de la nevera evidenció que ya no necesitábamos comer. Bebíamos nuestros líquidos durante imperceptibles lunas en un ritual cada vez más abrasador.
Una madrugada desperté con tres cuartos de su cuerpo dentro mío. Mis aullidos sonámbulos  y mi éxtasis fueron tal, que no recuerdo cómo llegué a doblar mi cuerpo de la forma que lo hice. Aquella fue la última vez que lo vi.
Me estremecí por completo con el estallido de placer al devorarlo por completo. Entre temblores noté que mi rostro se endurecía y mis cabellos se enraizaban al colchón. De los brazos y piernas, incontables espinas sudaban mi néctar. Mi sexo azul pasó al violeta y el rayo de luna nutrió una nueva flor.

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